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“La esposa de mi amante” léelo esto le puede pasar a tu relación en un abrir y cerrar de ojos






Carta: Fui, durante muchos años, amante de un hombre de nombre José, su esposa se llamaba Carla, mi nombre es Ana. Cada vez que me encontraba con él le pedía que dejara a su esposa, ya era hora de que yo me convirtiera también en señora.
Él siempre me decía que era imposible dejarla aún porque tenía dos hijos, un niño de dos años y una niña de siete. Cuando le preguntaba si aún amaba a su esposa José me respondía: “Desde que nacieron los niños nada es igual; no se cuida, siempre está nerviosa, subió de peso, casi no tenemos sexo, ya no hay amor entre nosotros. Vivir en ese ambiente es agotador”.
Cuando me cansé de sus excusas decidí actuar. Un día contacté con ella en un centro comercial, la saludé y admiré a sus dos pequeños, tomamos un helado e iniciamos una amistad, claro que ella no tenía idea de quien era yo en realidad.. Por supuesto que esto a José no le gustó para nada, que su amante y su esposa se hicieran amigas no le pareció; iba a ser terrible que yo se lo contara a la esposa, dejarme tampoco le convenía.
No me quejo de la relación con José. Me llena de regalos, me dio una tarjeta de crédito que uso a mi antojo, paga mi departamento y me prometió un automóvil para el final del año. Pero la realidad es que aveces me siento muy sola, creo que es hora de convertirme en señora.




Un día Carla me invitó a su casa a cenar; era cumpleaños de su hijo, esta sería la primera vez que pisaba la casa de mi amante.
Llegué a la casa temprano para ayudar con la cena, se convirtió en la situación más difícil que he afrontado en mi vida. Descubrí que José no sólo engañaba a su esposa conmigo, sino que era un completo mentiroso. Su esposa estaba gorda, sí; estaba nerviosa casi todo el tiempo, sí; pero ese día descubrí y entendí el porqué. Quizá incluso entendí porque casi no lo llevaba a la cama.
Carla es secretaria en una oficina, se levanta a las cinco de la mañana (yo lo hago a las ocho) para preparar a los niños antes de que se vayan a la escuela. Les prepara el desayuno, la merienda, e inclusive deja para ellos y José lo que almorzarán. Del trabajo sale a las 19 horas (yo a esa hora estoy ya en el gimnasio) y llega a su casa a bañar a sus hijos, les prepara la cena, hace los labores del hogar, ayuda a los niños con su tarea, los arropa y plancha para José la ropa que llevará al día siguiente.
La pobre mujer duerme poco y come a deshoras. Trabaja, es madre, es esposa y compañera. No tiene ropa de moda porque pone a sus hijos y a su esposo siempre en primer lugar y gasta en ellos. Me dijo: “Te presento mi hogar, este hogar feliz que estoy formando”. Ella es feliz, el infeliz es José que no hace nada en su casa.




Ahí me di cuenta que no estaba preparada para una vida así. No sería capaz de ser una señora, es muy grande esa palabra. En ese instante todo el amor que pensé sentir por José se desvaneció para siempre, se desvaneció porque me di cuenta que él ya tenía una esposa completa, pero ella no tenía un esposo completo, un esposo que la respete, que la valore y la ame, Carla no tenía a ese hombre y por tanto era imposible que yo lo tuviera tampoco.
Decidí no volverlo a ver y dejarlo para siempre. Me hice novia de un hombre extraordinario (y que no estaba casado) y luego de dos años nos casamos. Hoy yo sería Carla, ruego a Dios que mi esposo no se nunca como José. Aprendí que todo se paga en la vida, pero también que Dios siempre no avisa a tiempo para reflexionar y enderezar nuestros pasos, pedir perdón y seguir el camino adecuado.
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